La casona, asemejaba aquellas construcciones antiguas, un viejo solar a punto de destruirse y venirse abajo, tenía telarañas por todos lados. Julio había decido entrar a su nuevo domicilio, pero ignoraba lo que experimentaría horas después.
¡Qué casa más tenebrosa! En verdad, es tétrica y fría, ¿podré quedarme sólo, podré soportarlo? dije entre mi.
Recuerdo que mis padres me dijeron, no te preocupes hijo, hay una cama bien grande donde dormiería cómodo, eran de ésas matrimoniales grandes y acogedoras.
“Tenía todo para que la noche salga espléndida: películas , comida, cigarrillos, cerveza, sin duda era una de esas noches soñadas e inesperadas”.
Acepté con recelo la invitación de mis papás a sostener por un tiempo en la casona sólo; pensé que sería “la gloria”.
Lo que originó esta vida silenciosa y poco ajustada a la moral y buenas costumbres, fue que en más de una ocasión le había demostrado con gestos y palabras, valerme por mi sólo por amor a mi familia. No querían pasar por otra decepción, ya le habían hecho trizas el corazón antes por problemas y errores que surgieron, no sabría como remediarlo.
Sin embargo, no todo salió como esperaba. Pero no te preocupes Julio, todo saldrá bien, mi mente me hablaba por momentos extraños.
A última hora, me citó una chica que se apareció así de la nada en la casona y acordamos ir a la sala. Entre la penumbra de la noche y el ambiente frío, su mirada me cautivó manteniéndome congelado por unos momentos.
Bebimos cerveza negra, decidimos matar el estrés viendo películas, ya en la casa, mi amiga imaginaria, tuvo una desaparición, donde por unos momentos pensé que estaría en el baño, toqué la puerta cuatro veces y no me respondía nadie, estando la puerta cerrada, giré a mirar la sala, ella estaba de espaldas, era una sensación rara, escalofríos por mi cuerpo.
Después todo fue confuso, sólo una imagen terrorífica en mi cabeza, ya desde lo lejos miraba el panorama de la vida, mi amiga imaginaria tenía las manos cortadas y llenas de sangre, las cuales escurrían gruesos chorros sangrientos, que al chocar contra el suelo dejaba un charco enorme de mancha rojiza, mi cuerpo yacía boca abajo desnuda, sobre una cama de sábanas blancas, que estaban desordenadas y sucias; el arma con que fui violentado, estaba tirada a un extremo de la cama y daba la impresión de haber sido usado recientemente.