Ser negro no es un
delito, y mucho menos un pecado, pero en mi amado Perú tener la piel oscura
significa ser un ladrón, o en el peor de los casos un salvaje que come gatos.
Lo primero es algo totalmente alejado a la realidad, en mis 15 años de vida he
sido asaltado más de 3 veces, no por personas con piel oscura, incluso fui
asaltado por personas con tez clara, limeñitos que tenían la apariencia de ser
de Miraflores que bajaban de su camioneta, y sin ninguna vacilación me
amenazaban con una pistola. Pero ya estoy acostumbrado a los insultos, y los
temores de personas, que al verme guardan su celular, esconden sus billeteras,
o simplemente se alejan de mí aun siendo un flacucho, en realidad por lo único
que me avergüenzo es ser un flacucho que no puede defenderse. Ser negro y
ladrón es un estereotipo creado por los limeñitos, esos mismos limeñitos que
imitan modas extranjeras, pero comer gatos, no es un mito de los limeñitos, es
la realidad, que experimente hace un año cuando viaje junto a mi padre a
Chincha.
Era septiembre del 2010,
cuando visite Chincha junto a mi padre Enrique Candela que a diferencia mía, el
era un hombre alto que bordaba casi los dos metros, y a la vez era muy fornido
debido a que entrenaba en un gimnasio a diario —Mi padre y yo, no somos muy cercanos, debido a que él está
separado de mi madre Roberta Medina, y yo vivo junto a ella— La idea de visitar Chincha junto a mi padre, fue
de mi madre, brillante idea que me traería problemas más adelante.
Toda
mi vida he vivido en Lima, y aunque era discriminado en un principio, he ganado
una reputación con mis amigos de colegio, aunque me sigan diciendo negrito, yo
lo veo como una muestra de afecto de parte de ellos, he intentado siempre
alejarme de los estereotipos de la televisión, como “El negro mamá”, pero si
ellos se hubieran enterado que fui de viaje a Chincha junto a mi padre,
destruiría toda la reputación que había ganado en los últimos años dentro del
colegio.
Una vez llegué a Chincha
junto a mi padre, me presento a mis tíos y primas —que prácticamente aun sigo
recordar sus nombres— Mis primas vestían vestuario del
típico baile del alcatraz, iban a presentarse en un
espectáculo en honor a Santa Efigenia, en la plaza de
Chincha, ellas me preguntaron si sabía bailar festejo, lamentablemente les dije
que sí. El día central de la ceremonia a Santa Efigenia había empezado
sin contratiempos, había conocido a toda la familia de mi padre, e incluso
escuchado una y otra vez la historia de Santa Efigenia, pero no le daba
importancia, yo solo estaba preocupado por el baile que tenía que realizar
junto a mis primas —es una santa de
la Iglesia
copta y la Iglesia católica, una de las responsables de la diseminación del Cristianismo en Etiopía— antes de llegar a la plaza, me percate de la gran
cantidad de personas con mi mismo color de piel, era la primera vez que me
sentía cómodo en un lugar, todos sonreían, nadie me miraba atemorizado, o
guardaba sus celulares, esta vez estaba con mi gente, en ese momento estuve
decidido a bailar junto a mis primas,
—estas personas no se
burlaran de mí— Pensé.
Minutos antes de bailar, escuche algunos gritos, mi
instinto de chismoso empedernido me llevo hasta un grupo de jóvenes, que eran
complemente diferentes a nosotros, tenían la tez clara, su piel era tan blanca
que incluso por un momento pensé que brillaban, sus cabellos eran rubios, como
los de las estrellas de Hollywood, eran más de 15 personas los jóvenes, que se
pusieron a gritar con carteles en mano.
—Basta
de maltrato, no consuman gatos— Gritaban los jóvenes, que tenían a varios gatos
entre sus brazos. Me sentí insultado y sumamente avergonzado, como unos
limeñitos, que posiblemente eran de Miraflores o San Isidro, vinieran hasta
Chincha, para insultarnos y ordenarnos que no comiéramos gatos. Me pare junto a
uno de ellos, y le grite —Cállate Mentiroso, aquí nadie come gato— de pronto
hubo un silencio abismal, nadie dijo ninguna palabra, pude sentir en ese
momento que todos me miraban espantados, de pronto uno de los protestantes se
acerco y me dijo —Mira a tu alrededor—, pude ver a varios Chinchanos, comiendo
pollo frito, pero no era eso, en mi mente mis ideas se estuvieron ordenando,
¿Qué fue lo que comí anoche?, ¿Mi papá me mintió?, ¿No era pollo, lo que comí
estos días?, mi padre vino por detrás me sujeto del brazo y me llevo a casa.
No
me arrepiento de haber comido gato, quizás en ese momento fue algo chocante,
debido a que he vivido toda mi vida en Lima, pero poco a poco me he dado cuenta
que es una costumbre, en China comen perros, en la selva comen lagartos y
monos, y en Lima los limeñitos acomplejados comen caracoles imitando a los
Italianos, pero en Chincha se come gatos, y mi relación con mi padre ha
cambiado y es mucho mejor, pienso viajar cada año a Chincha, y sé muy bien que
mis hijos también lo harán.
Nilton Sarmiento Contreras
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