He esperado con ansias
todos estos días, seguro que mañana terminare victorioso, todo un ganador, venceré,
y, así convertirme en uno de los pocos guerreros en derrotar a Abaddon, la
preparación que he llevado en mi campo de entrenamiento me será de utilidad,
-estoy seguro que lo conseguiré- me lo repito en mí cabeza. Ahora solo he de
esperar y descansar, debo guardar toda energía posible.
La mañana amaneció gris, con
llovizna y viento, esto hace que se erice mi cuerpo, me apresuro en colocarme mi armadura, -Matías
apresúrate o no iremos – me grita mi madre, me dispongo a bajar con rapidez. Nos dirigimos al campo
de batalla.
Un humo tenue cubre el
campo de batalla, me apresuro en despedirme de mi madre,- nos veremos luego-,
le digo con mucha seguridad, me dirijo
al campo y logro percibir a cientos de guerreros, enfrentando a las criaturas más despreciables del planeta,
algunos de ellos inmensos y con un solo ojo, son torpes pero capaces de
aplastarte con una sola mano. Me interno en la llanura del desierto-tengo que
tener cuidado con los animales venenosos- me lo repito, logro superarlo y
ahora me propongo a escalar la cima de la montaña de las criaturas inmensas,
que pueden observarlo todo con aquel único ojo enrojecido.
Me he detenido a la mitad
de la montaña, necesito tomar un poco de agua, mientras bebo no dejo de pensar
en Abaddon,- ¿Será cierto lo que dicen de aquel demonio?-pensé- ¿Acaso me faltará
el aire? ¿Olerá a azufre? ¿Se me irán las fuerzas? –me pongo a recordar las palabras de guerreros que han pasado por
estas situaciones al estar cerca del demonio y que han salido huyendo del lugar.
Me apresuro a seguir el camino, he descubierto un túnel que al parecer atraviesa
las montañas,- eso me evitará la confrontación con los gigantes y así llegaré rápido a la espesura del pantano donde
habita Abaddon- pienso.
Saco mi bengala para abrirme
paso en la oscuridad de la cueva.
-¿Será tan largo el
camino?- me pregunto.
Llevo caminando por más de
una hora, no he tenido problema alguno pero me preocupa que se acaben las
bengalas antes de ver la salida, solo me quedan tres.
-¡Demonios! –grito asustado.
La cueva ha comenzado a
temblar, el suelo se inclina para un lado, siento que caigo hacia un abismo, he
comenzado a sudar y temblar, no consigo sostenerme de una roca, -¿Será mi fin?-
me pregunto. De pronto mi cuerpo se estampa contra una de los lados de la
cueva, el dolor es inmenso, no puedo moverme y menos respirar, las fuerzas se
me han ido,- quiero regresar a casa, quiero ver a mamá- es en lo único que
pienso.
-Se cayó el tobogán cuando
el niño estaba encima- mencionan unos señores y enseguida escucho a mi madre
gritar estremecedora mente, mientras se cierran mis ojos.
¡Matías!
Paulo Fuentes
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